Vuelvo a llegar tarde.
Y aún así tú siempre me esperas.
Sentada en esa barra improvisada frente al gran ventanal que da a la calle.
El pelo te cae a ambos lados, tapando tu rostro.
Me acerco por detrás susurrando un buenos días,
besando tu mejilla
con la dulzura contenida de quien aún se cree en sueños
y pierdo mi mirada en ese pequeño libro que sostienes.
Ya posa el recuerdo de tus labios
sobre la taza blanca de café y pienso:
¿si hubiese llegado un instante antes
habrían posado tus labios ese primer beso en los míos?
Sonrío.
Te abrazo
y acomodas tu cabeza en mi pecho.
Nos perdemos. Tú y yo nos perdemos
en el espejismo irreal
de todos las luces, edificios y gentes distorsionadas
por las pequeñas gotitas de agua que cubren el cristal.